viernes, 19 de septiembre de 2008

EL PAPEL DEL LENGUAJE COMO AGENTE SOCIALIZADOR DE GÉNERO


Desde nuestro nacimiento, e incluso antes, desde el momento en que nuestra madre está embarazada, todos nuestros comportamientos y pensamientos están condicionados por el género. De forma que en la futura madre o padre es común oír frases del tipo: “prefiero una niña por que son más cariñosas” o “prefiero un niño por que son más independientes”. En su explicación atribuyen ya al futuro bebé características, comportamientos, actitudes, intereses, prioridades… que serán distintas según se trate de una niña o de un niño.

Nuestra identidad, femenina o masculina, está, por tanto, condicionada, determinándonos como debemos actuar, sentir y pensar según seamos mujeres u hombres. Todo ello unido a la creencia de que somos distintos y en función de ello, la sociedad nos valora de forma diferente.

No obstante, las únicas diferencias reales entre mujeres y hombres son las diferencias biológicas, diferencias que son innatas, es decir, nacemos con ellas.
De este modo, hombres y mujeres tienen características sexuales diferentes: genitales internos y externos y características secundarias como la vellosidad, la voz o el pecho. El sexo hace, por tanto, referencia a las diferencias biológicas que existen entre mujeres y hombres. Son congénitas, se nace con ellas y son universales, es decir, son iguales para todas las personas.

Todas las demás diferencias que se atribuyen a mujeres y hombres, sensibilidad, dulzura, sumisión, fortaleza, rebeldía,… son culturales y por tanto, aprendidas, es una construcción social llamada GÉNERO.
El género, femenino o masculino, que se nos adjudica al nacer, alude al conjunto de atributos simbólicos, sociales, políticos, económicos, jurídicos y culturales, asignados a las personas de acuerdo a su sexo.
Asimismo, el género está institucionalmente estructurado, es decir, se construye y perpetúa a través de todo un sistema de instituciones sociales (familia, escuela, Estado, iglesia, medios de comunicación), de sistemas simbólicos (lenguaje, costumbre, ritos) y de sistemas de normas y valores (jurídicos, científicos, políticos).

Además unido, a todo esto hay una valoración social de las habilidades, comportamientos, trabajos, tiempos y espacios masculinos y una desvalorización de los femeninos. Así, partiendo de una diferencia biológica (sexo) se construye una desigualdad social que coloca en una posición de desventaja a las mujeres con respecto a los hombres en la sociedad.

El Sistema de género en una sociedad determinada establece, de esta manera, lo que es “correcto”, “aceptable” y posible para mujeres y hombres. Los roles que se asignan a mujeres y hombres (mujer- madre, ama de casa, responsable de las tareas asociadas a la reproducción social familiar; hombre- proveedor, cabeza de familia) junto con las identidades subjetivas, cumplen un papel importante en la determinación de las relaciones de género.

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